miércoles, 29 de agosto de 2018

Anécdotas de jarra...

Hola, suspiritos arcoiris... en especial a los azulitos.

He recordado el que tenía abandonado este blog, no le he dado publicidad ni actualizado entradas. Dejé de hacerlo hace tiempo, por los afanes del mundo. Más, ahora he vuelto recargada.

Estoy preparando material, tengo anécdotas que contar. De profesión arquitecta, trabajando en la construcción, viví experiencias muy memorables.

Hace poco pasó mi cumpleaños y recordaba aquel año en que terminé en casa, con varias cervezas encima y una olla de aluminio fundido, llena de hollín y de arroz. Sí, leyeron bien. Arroz, aceitoso y graneado, caliente y delicioso. Además de un jean manchado de hollín y una vergüenza atroz por llegar con olla sin tapa en mano, a explicar el que "nos habíamos robado" esa olla.

Después de bebernos unas cuantas heladitas, salimos con mucha hambre a buscar al la patrona del seco de pato. Pero la muy amable, nos negó la dicha de vendernos comida. Así que, mientras yo negociaba, mis obreros ¡se robaron la bendita olla llena de arroz y sin tapa! Lo gracioso fue, cuando empezó a sonar mi móvil, con insistente molestia y uno de los obreros me halaba con fuerza del brazo. Yo, le hacía el "sáquese" que estoy hablando con la ñora, pero insistía tanto que, le hice caso y me fui casi arrastrada cruzando la avenida. Y entonces los vi, sentados en el parque con total placer y armonía, comiendo arroz a lo indio, con la mano... se llevaban a la boca, enormes bolas de arroz humeante y uno de ellos, que era el más serio de todos, tenía en su regazo la olla caliente.

Los muy perversos llamaron un taxi para recogernos -con todo y olla- y me fueron a dejar a casa. Al poner un pie fuera del taxi, me tiraron la olla encima, so pretexto de que ellos no podían llegar a sus casas con una olla. Serían asesinados por sus esposas. Y claro, yo pendeja, sí tenía que llegar con la bendita olla.

Ya han pasado diez años de esa hazaña y se las cuento, mirando a aquella olla que se ha convertido en la favorita de mi señora madre.

Contemos anécdotas de jarra, para alegrar la vida.